El director iraní, trata con plasmosa sensibilidad, la historia de un hombre de mediana edad que pretende suicidarse, pero que no cumplirá su propósito hasta que alguien se comprometa a enterrar su cadáver. es así como comienza una auténtica odisea, conociendo a una cantidad diversa de personajes.
Confieso que los quince primeros minutos me provocaron una sensación de desasosiego y agobio. Nunca había visto nada de Kiarostami, y he de decir que en este filme emplea un ritmo muy particular. EL SABOR DE LAS CEREZAS es una película lenta, pero aparte de eso, hay una dualidad con un ritmo agobiante, axfisiante. Y puede causar una primera confusión. Es ahí, cuando te planteas si es una parida pretenciosa acerca de la búsqueda del ser, o si quieres averiguar si es otra pequeña joya. Yo decidí optar por lo segundo, y acerté.
EL SABOR DE LAS CEREZAS es brutal, tierna, conmovedora, didáctica. El director no trata de sermonear ni manipular al espectador, le basta con grabar. Grabar esos paisajes yermos, desoladores y a la vez de una belleza infinita, grabar esos caminos tortuosos y serpenteantes que recorre con su coche el protagonista, con su correspondiente copiloto. Grabar, grabar, plasmar y verificar. Nunca olvidaré lo que sentí en el momento en que el anciano Bagheri revela al atormentado Sr Badii el secreto de la degustación de unas cerezas. Creo que sentiré siempre escalofríos cuando visione esa escena.
Recomiendo la película ante todo a los aficionados a descubrir pequeños detalles ocultos en las películas, a los observadores, que contemplan y adivinan gracias a sus análisis el estado anímico de los demás, y, en especial, a dos grupos: a los que aman la vida y se aferran a ella, disfrutando cada pena, cada latido y cada golpe, y a los que han renegado de ella. Sobran palabras. Os la aconsejo a todos.